La cooperación transfronteriza y la paradiplomacia de los gobiernos locales en el Mercosur (2004-2012)
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2016-05-06Author
Oddone, Carlos Nahuel
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Desde el relanzamiento del MERCOSUR tras su larga década neoliberal, ocurrido aproximadamente en el 2003, la cooperación transfronteriza -entendida como una forma especial de paradiplomacia- ha sido un objeto de creciente interés. Dicho relanzamiento político se ha visto manifiesto en la fundamentación de diferentes decisiones tomadas por el bloque regional así como en la creación de nuevos espacios o arreglos institucionales en un contexto o momento post(neo)liberal (Sader, 2009; Sanahuja, 2008; Vilas, 2011) que ha sido identificado como regionalismo post-liberal (Sanahuja, 2008; 2012; 2012a; 2014; Serbin, Martínez y Ramanzini, 2012) o regionalismo post-hegemónico (Riggirozzi, 2010; Riggirozzi y Tussie, 2012; Riggirozzi, 2012; Briceño, 2013; Briceño y Ribeiro, 2015).El cambio de ciclo político que se produce a mediados de los 2000 supone una ¿repolitización¿ del debate sobre el regionalismo y la integración regional (Dabène, 2012) en América del Sur, en el que se cruzan diferentes lógicas: en primer lugar, responden al distinto enfoque de los esquemas regionales y subregionales, sean éstos de carácter eminentemente económico o bien centrados primordialmente en la concertación política, aunque esta distinción no siempre es tan nítida pues ambas dimensiones siempre están presentes aunque su peso sea desigual (Sanahuja, 2014). Esta repolitización es el reflejo de las diferentes opciones ideológicas y políticas, de visiones disímiles del mundo y de la región, y de estrategias diferenciadas en lo que concierne a las políticas de desarrollo, la política exterior, y las estrategias de inserción internacional (Gardini, 2011).Este proceso de repolitización ha ido en paralelo con la legitimación y el fortalecimiento de las capacidades de los gobiernos subnacionales para actuar en el plano internacional (paradiplomacia) con el fin de favorecer un desarrollo local transfronterizo articulado con la integración regional (place branding); vertebrándose así uno de los argumentos principales para la cooperación territorial en el MERCOSUR.Con el relanzamiento del MERCOSUR se incentiva relativamente la paradiplomacia transfronteriza, en el marco de una tendencia general que considera a los actores internacionales por sus aspectos político-funcionales más que jurídico-formales en América Latina, a partir del fortalecimiento de las capacidades proyectuales de los gobiernos locales de frontera como elemento fundamental para el desarrollo de su actividad paradiplomática.Abordar una tesis en la que los gobiernos locales de frontera son el centro de atención para la construcción de una agenda territorial mercosureña requiere reconocer que, en materia subnacional, aún no existe un consenso generalizado sobre la denominación de las unidades de análisis que forman parte de los nuevos actores internacionales. Muchos autores utilizan el concepto de gobiernos no centrales (GNC) para identificar tanto a municipios, provincias, departamentos, estados, regiones, etcétera, como unidades subestatales o subnacionales con una jurisdicción específica y propia. Haciendo uso de la distinción hecha por Romero (2004): ¿se entiende por entidades subestatales a las instancias gubernamentales territoriales (ciudades, provincias, regiones, etc.) de un país, diferentes del Estado central. Si bien el término entidades subnacionales es utilizado por gran parte de la literatura, particularmente latinoamericana, por razones de claridad expositiva, se utilizarán como sinónimos de entidades subestatales: administraciones subestatales, administraciones territoriales, gobiernos locales, poderes públicos locales, gobiernos no centrales¿ (Romero, 2004: 21).En América Latina, los estados subnacionales son ¿las unidades institucionales, o niveles del poder ejecutivo, que son componentes de un gobierno de un Estado Nacional: estados, regiones, provincias, municipios u otros poderes locales¿ (Fronzaglia, 2005: 44). El uso del vocablo subnacional no es unánime ya que en otros estudios, de matriz europea principalmente, se prefiere la expresión ¿entidades subestatales¿ para respetar la distinción entre Estado y nación. Sin embargo, el empleo del término subnacional es el más difundido y empleado en las investigaciones, aunque como se señala ¿tanto el ¿actor subnacional¿ como el ¿actor subestatal¿ derivan de un mismo concepto integral: el ¿Estado-Nación¿ por lo que su uso resulta equivalente e indistinto¿ (Zubelzú, 2008: 36).De manera similar, tampoco existe consenso sobre el vocablo paradiplomacia, ya que en algunos países el prefijo ¿para-¿ es indicativo de una actividad que puede ser considerada ilícita (por ejemplo, para-militar, para-estatal, etcétera). Es por ello que se considera conveniente regresar a la interpretación originaria de paradiplomacia pues Duchacek entendió el concepto a partir de las ¿entradas directas e indirectas de los gobiernos no-centrales al campo de las relaciones internacionales (Duchacek, 1990: 15), poniendo énfasis en la palabra ¿para-¿ ya que entendía que esta capacidad de los gobiernos locales era ¿paralela¿, es decir ¿subsidiaria o accesoria¿ (Duchacek, 1990: 25) respecto a los gobiernos centrales. En síntesis, la paradiplomacia es la acción internacional de los gobiernos no centrales. De igual modo, en esta tesis se consideran sinónimos paradiplomacia transfronteriza y cooperación transfronteriza pues ambas son llevadas adelante por autoridades subnacionales de frontera a escala internacional y se los diferencia del concepto de integración fronteriza, que será entendido como un proceso asociativo desarrollado por los Estados nacionales o plurinacionales.Diferentes acciones o estrategias que podrían enmarcarse bajo el concepto de paradiplomacia han sido llevadas a cabo con el objetivo de aumentar los propios márgenes de acción y autonomía; generando, de esta manera, una serie de modificaciones en las concepciones diplomáticas más tradicionales, legitimando el accionar subnacional, los intereses pro integracionistas surgidos desde abajo y las dinámicas multinivel y multi-actorales con apoyo del sector privado o el empresariado local.Actualmente, se observa una significativa tendencia a priorizar los aspectos políticos más que los jurídicos-formales para que un actor sea considerado de relevancia internacional. En materia de atributos se destacan: ¿a) el grado de autonomía, b) la capacidad o habilidad para movilizar recursos, ejercer influencias y alcanzar objetivos y c) la continuidad e importancia de las funciones que se desarrollan¿ (Russell, 2010: 84); todos ellos elementos fundamentales para crear una legitimidad de tipo funcional en cuanto al accionar de los actores subnacionales en la escena internacional. Bajo una lógica de tipo funcional, la valorización del actor internacional se da a partir de la ¿habilidad de una entidad para provocar consecuencias en la política internacional sin que su comportamiento sea predecible a partir de la referencia a otros actores¿ (García Segura, 1993: 18). Como resultado, un enfoque funcionalista va sustituyendo a la orientación legalista; sin descontar que el enfoque legalista weberianamente deberá actualizarse y dar significado a nuevos marcos normativos a los efectos de acompasarse con esta nueva realidad.En este contexto, las autoridades locales de las zonas de frontera del MERCOSUR -confinadas históricamente por una serie de limitaciones producto de las hipótesis de conflicto que caracterizaron a los países del Cono Sur durante las últimas dictaduras- se han visto expuestas a la necesidad de trabajar de manera articulada y en forma de red en pos del desarrollo local transfronterizo y la disminución de asimetrías territoriales, económicas y políticas.Las zonas de frontera suelen entenderse como la ¿suma de regiones de frontera de dos o más Estados limítrofes¿ (Steiman, 2002: 3). Sin embargo, este espacio delimitado por las legislaciones de los Estados, constituye la base para la constitución de redes y consolidación de flujos, que varían de acuerdo con el contacto entre ambas franjas divididas por el límite y la capacidad de articulación de los gobiernos subnacionales. Las regiones fronterizas, para Steiman y Machado (2012), pueden ser explicadas por la situación doblemente marginal que las ha caracterizado. Por un lado, una parte importante de las regiones de frontera están aisladas de los centros nacionales de sus respectivos Estados, ya sea por la ausencia de las redes de transporte y comunicación o por el peso político y económico menor que han tenido con respecto a los grandes centros urbanos. Por otro lado, las regiones de frontera han encontrado en el aislamiento una oportunidad de aproximación con las regiones colindantes que se ha visto traducida en diferentes acuerdos, ya sean formales o tácitos. Es en este entendimiento que se interpreta la pérdida de sentido de la frontera-separación y el pasaje hacia la frontera-cooperación (Carneiro Filho, 2013) bajo la cual deben analizarse los nuevos intereses de las unidades subnacionales de frontera y las modificaciones ocurridas en materia de política pública local, pero también nacional por medio de mecanismos de policy transfer (transferencia política) y de evaluación de buenas prácticas.Entender las dinámicas de los gobiernos subnacionales de frontera impele comprender fenómenos que, por lo general, se caracterizan por una múltiple causalidad y dimensión producto de procesos intermésticos que por su naturaleza pueden tener una tendencia natural al rescaling. Asimismo, es ineludible indagar sobre la conjunción de procesos micro-macro y complemento-contradictorios que ponen énfasis en relaciones dialécticas y en las interacciones entre estructuras y agencias. En ese sentido, Manuel Garretón (2000) considera la resignificación de los Estados-Nación a partir de un doble proceso, que resulta contradictorio y complementario al mismo tiempo. Por un lado, el Estado nacional es revalorizado, ya que se convierte en un vehículo necesario para hacer frente a los procesos de globalización. Por el otro, se observa una disminución de la sociedad política que fue el Estado nacional, ¿que pasa a compartir su papel de centro de decisión y esfera pública, de referencia básica para los proyectos y acción colectiva, con el mundo comunicacional, los mercados, los redes interpersonales, las ciudades, la comunidad étnica o los espacios locales, supranacionales y globales¿ (Garretón, 2000: 40).Los gobiernos locales de frontera han debido adaptarse, innovar y dar respuesta a una serie de retos y desafíos entre los que se destacan: la internacionalización de la economía, la modificación creciente de sus competencias por medio de procesos de descentralización, la presión de las migraciones internas e internacionales, las transformaciones en los contenidos de las políticas públicas que exigen autoridades locales creativas en materia de ingeniería política, incluyendo una mayor implicación del sector privado en las decisiones locales y nuevas formas de participación ciudadana, entre otros aspectos.La cooperación transfronteriza es un instrumento político clave para el desarrollo económico y social, la gobernabilidad democrática y la inserción internacional de zonas que, generalmente y en la mayoría de los casos, han sido consideradas periféricas por sus propios Estados. La necesidad de articular la integración regional con el desarrollo local pone de manifiesto la urgencia de generar acciones capaces de promover procesos convergentes y en forma reticular, tanto en el plano institucional como económico, para las áreas fronterizas. El proceso transfronterizo puede constituirse en el eje ordenador de las áreas de convergencia económico-institucionales, en donde los diferentes proyectos diseñados por los gobiernos locales se conviertan en las variables funcionales y dependientes de cada dinámica regional en particular. La paradiplomacia transfronteriza es una herramienta clave en la obtención de los recursos necesarios para sostener los proyectos diseñados a escala subnacional.Abordar la paradiplomacia transfronteriza de los gobiernos locales en el MERCOSUR requiere de una aproximación sistémica y de una perspectiva transdisciplinaria aprovechando las múltiples contribuciones de la teoría de las relaciones internacionales, el derecho internacional y constitucional, la teoría de la integración regional, la geografía económica, los estudios sobre la cooperación internacional así como de la ciencia política y la historia, entre otras disciplinas.Los estudios desarrollados por el Centro Studi di Politica Internazionale (CeSPI) indican que la cooperación transfronteriza se ha visto favorecida cuando existen, principalmente, tres condiciones fundamentales: 1) que los territorios algún marco institucional que ordene sus relaciones y, por último, 3) que se reconozca la participación de los gobiernos subnacionales fronterizos, en cuanto articuladores de los actores locales y como instancia institucional necesaria para una positiva gobernanza (Rhi-Sausi y Oddone, 2012: 20), a la vez que se fortalece la representatividad de los distintos sectores de interés alojados en su dimensión horizontal.Del entrecruzamiento de estos tres factores se puede derivar una matriz relacional destinada a estimular la cooperación transfronteriza en donde la acción internacional de los gobiernos locales se constituye en un elemento de articulación clave entre los diferentes intereses alojados a los lados de la línea fronteriza. La paradiplomacia, por un lado, puede contribuir con el lobbying necesario para la realización de infraestructuras que conecten el territorio; por otro lado, permite fortalecer desde debajo los procesos de integración regional o auxiliar en las denominadas cooperaciones bilaterales reforzadas; y, por último, es una herramienta fundamental para representar los intereses ciudadanos en los arreglos institucionales generados, ad hoc o formalmente establecidos.La acción paradiplomática desarrollada por los gobiernos locales de frontera del MERCOSUR y, de generarse, la creación de microrregiones de integración fronteriza conllevan un proceso centrífugo de fortalecimiento en el sentido que, una mayor integración en el nivel micro contribuye con una mayor integración en el nivel macro ocasionando o provocando nuevos apoyos pro integracionistas; y, debería darse también el proceso inverso, en sentido centrípeto, dado que un mayor sustento en el nivel de la macrointegración con un reconocimiento de las unidades y procesos subnacionales, debería sostener dicha dimensión más cercana al ciudadano por medio del proceso de recursividad organizacional que la integración regional comporta al articular dialógicamente intereses y competencias alojados en diferentes escalas. Tal como demuestra la experiencia europea, ¿junto con el proceso de macrointegración europea existen múltiples casos de microintegración de los espacios transfronterizos e interterritoriales que llevan a replantear la organización y estructura interna del territorio estatal, relativizando, de alguna forma, el concepto de Estado y sus típicas connotaciones¿ (Rojo Salgado, 2010: 142).La cooperación transfronteriza hace posible conciliar operativamente dos de los criterios fundamentales que han impulsado la integración post-liberal. Por un lado, el criterio geo-económico que ha servido de guía para la integración física como base para la integración productiva y, por el otro, un criterio geo-político que ha guiado los procesos de concertación regional. Ciertamente no se trata de dos criterios incompatibles; pero su compatibilidad durante el período de integración regional liberal no se tradujo automáticamente en una institucionalización obrante que promueva la la cooperación transfronteriza.Desde el relanzamiento del MERCOSUR, a partir de la repolitización del proceso de integración sugerida por Olivier Dabène (2012), el reconocimiento de una serie de nuevos actores y la introducción de estrategias y herramientas menos probables en su etapa más liberal y de regionalismo abierto (1991-2003) han sido fundamentales para mutar su perfil y profundizar las dimensiones productivas y sociales, incluso incorporando la dimensión rural de la integración, abandonando así el enfoque liberal que lo había caracterizado desde su nacimiento ceñido por el Consenso de Washington, en línea con una apertura de aranceles bajos y uniformes.Un paso fundamental en la repolitización del MERCOSUR constituye el denominado ¿Consenso de Buenos Aires¿, reunión bilateral entre los presidentes Lula da Silva y Néstor Kirchner del 16 de octubre de 2003. ¿Brasil y Argentina caminan ahora hacia la asociación estratégica para defender sus planteamientos políticos y diplomáticos. Frente al Consenso de Washington, el Consenso de Buenos Aires. Y tanto de la forma (oposición nominal) como del contenido (rechazo a las políticas dirigida desde Washington) puede extraerse que el comportamiento de ambos países es una suerte de reacción fácilmente justificable de las políticas hegemónicas¿ (Arce Suarez, 2004: 123). Para otro autor: ¿el Consenso de Buenos Aires, que firmaron Lula y Kirchner, es un examen del conjunto de problemas de la región y propone un enfoque y un debate para solucionarlos. En él se alude al problema del desempleo, de la exclusión social, así como a la importancia de la educación, y se plantean un conjunto de ideas para que los gobiernos ¿desde una perspectiva integradora y democrática¿ puedan enfrentar los desafíos vinculados con el crecimiento con equidad, el desarrollo tecnológico y con una integración ventajosa en un mundo globalizado¿ (Gómez, 2003: 26).El Consenso de Buenos Aires seña el fin del MERCOSUR comercial al proponer alternativas al déficit institucional, democrático y de representación de otros sectores. Tal como se sostiene en el apartado 15 del Consenso: ¿El MERCOSUR no es sólo un bloque comercial sino que constituye un espacio catalizador de valores, tradiciones y futuro compartido. De tal modo, nuestros gobiernos se encuentran trabajando para fortalecerlo a través del perfeccionamiento de sus instituciones en los aspectos comerciales y políticos y de la incorporación de nuevos países¿.La XXIV Cumbre del MERCOSUR, desarrollada en Asunción (Paraguay) en el 2003, reflejó este cambio de perfil ya que después de largo años -en su comunicado final- se resaltaba ¿la necesidad de priorizar la dimensión social del MERCOSUR para incentivar el desarrollo con equidad de los Estados Partes y en la región en su conjunto, con énfasis en aquellas medidas tendientes a propiciar la inclusión social y económica de los grupos más vulnerables de la población¿. No es casual que el Grupo Ad hoc sobre Integración Fronteriza (GAHIF) surgiera también por aquellos años, en el 2002, por medio de una decisión del Consejo Mercado Común (Dec. CMC Nº 05/02); cuyo objetivo era dar ¿fluidez y armonía del relacionamiento de las comunidades fronterizas de los Estados Partes del MERCOSUR en sus más variadas dimensiones, constituye uno de los aspectos más relevantes y emblemáticos del proceso de integración¿; y, en el 2004, el Foro Consultivo de Municipios, Estados Federados, Provincias y Departamentos del MERCOSUR (FCCR) para sustituir la Reunión Especializada de Municipios e Intendencias (REMI) por medio de la Dec. CMC Nº 41/04.Desde esta perspectiva analítica, el MERCOSUR se ha caracterizado por tres grandes ciclos: a) el primero, de acercamiento democrático, desde 1985 hasta 1991, signado por la Declaración de Iguazú de 1985 y el Tratado de Asunción de 1991; b) el segundo, de integración liberal, desde 1991 hasta el 2003 aproximadamente, iniciándose con la firma del Tratado de Asunción de 1991 hasta los cambios presidenciales a inicios del Siglo XXI, incluyendo todas las modificaciones de la estructura institucional con el Protocolo de Ouro Preto (1994) y la crisis argentina de 2001; y, c) el tercero, de integración post-liberal, que inicia probablemente con el Consenso de Buenos Aires de octubre de 2003 y la XXIV Cumbre del MERCOSUR que inaugura el ciclo dentro del cual se encuentra hoy en día el proceso de integración. Este ciclo incluye la creación de nueva institucionalidad, la salida del Presidente Lugo del Paraguay por medio de un juicio político dudoso que causó que -por primera vez- un país fuera suspendido en el bloque y la incorporación de la República Bolivariana de Venezuela como miembro pleno. Estos tres grandes ciclos se vinculan con las mutaciones políticas sucedidas con la redemocratización, el establecimiento de un régimen de corte neolibel en América Latina (véase diagrama 1) y la respuesta a ese régimen a escala regional sudamericana.El fundamento político de la integración en el período que se inicia en el 2003 pone de relieve las profundas diferencias con la integración bajo la etapa liberal. Esta modificación sustancial en los contenidos de la agenda de la integración, abre un espacio de oportunidad para fortalecer su dimensión subnacional, particularmente para la vertebración de una agenda de cooperación territorial centrada en la disminución de las asimetrías y desigualdades al mismo tiempo que consustancia la paradiplomacia transfronteriza de los gobiernos locales.Las nuevas propuestas regionales expresan el retorno de una agenda de desarrollo, en el marco de las agendas económicas del post-consenso de Washington, con políticas que pretenden distanciarse de las estrategias del regionalismo abierto, centradas en la liberalización comercial; permitiendo así el regreso de una concepción desarrollista de las relaciones exteriores en donde la integración regional se redefine en parte como estrategia al servicio de ese Estado desarrollista (Sanahuja, 2014) a través de un mayor papel de los actores estatales (o el Estado en todas sus dimensiones), frente al protagonismo del comercio, de los actores privados y de las fuerzas del mercado del modelo anterior característico de los noventa.La paradiplomacia transfronteriza ha contribuido con este proceso de cambio de perfil, aunque su papel puede ser claramente reforzado e incrementado. Su potencialidad, a la luz de otras experiencias como la de la Unión Europea (UE), hace oportuno el estudio de sus dinámicas y características estructurales como así también esbozar las modificaciones necesarias que podrían realizarse para que la cooperación transfronteriza pueda efectivamente robustecer el proceso de integración regional del MERCOSUR desde abajo.Los procesos de integración regional han sido un impulso fundamental de la actuación internacional de los gobiernos no centrales a la vez que se constituyeron en ámbitos específicos para su proyección por medio de la cooperación territorial y, particularmente, transfronteriza. Por otro lado, el desarrollo de una gobernanza transfronteriza ha estimulado una dinámica incremental de adquisición de capacidades paradiplomáticas por parte de los gobiernos subnacionales (Duchacek, 1986; Soldatos, 1990; Cheng y Kwang, 1997; Scott et al., 1997; Keating y Aldecoa, 2001; Hocking, 2001; Cornago, 2001; Perkmann y Sum, 2002; Breslin y Hook, 2002; Paul, 2002; Scott, 2002; Blatter, 2003; Vigevani y Wanderley, 2004; Godínez y Romero, 2004; Blatter, 2004; Wong, 2005; Crieckemans, 2008; Oddone, 2008; Zeraoui, 2009; Kinkard, 2009; Schiavon, 2010; Maira, 2010; Rhi-Sausi y Oddone, 2012; Zeraoui, 2013; Oddone y Rodríguez Vázquez, 2014; Oddone y Rodríguez Vázquez, 2015; Wong-González, 2015). Este proceso ha obligado a algunos gobiernos centrales a visualizar las regiones de frontera como articulaciones territoriales que coadyuvan al éxito de los procesos de integración y del desarrollo local, hábiles actores en el diseño proyectual y la gestión de fondos, sin las que sería difícil derribar las asimetrías territoriales internas que han caracterizado históricamente los Estados nacionales o plurinacionales. La experiencia europea es prueba de ello.Por lo tanto, la cooperación transfronteriza desafía una imagen estática de los límites estatales y de las divisiones administrativas y jurisdiccionales. Un factor que limita y obstaculiza la paradiplomacia transfronteriza es que el marco institucional del Estado todavía es relativamente poco favorable producto de la persistencia de los miedos a la frontera y de la posibilidad de asociar las actividades en frontera con comportamientos ilícitos. A esto debe sumarse que, en general, ¿la experiencia latinoamericana en las áreas fronterizas se ha basado sobre todo en acuerdos bi-nacinales entre los gobiernos centrales que han dado poco espacio a la actuación de las unidades subnacionales, y, asimismo, hay en general un pobre conocimiento, pocas experiencias y una escasa preparación para la cooperación transfronteriza¿ (Rhi-Sausi y Oddone, 2009: 12).Las interacciones en los territorios fronterizos y la representación del espacio político caracterizado por fronteras borrosas, son elementos funcionales para la definición de una nueva territorialidad (Jessop, 2004) más concordante con las vocaciones y potencialidades económico-territoriales, sobre todo, en el nivel meso-económico. Por otro lado, recorrer los territorios fronterizos implica derribar los mitos de un mundo sin fronteras (Ohmae, 1997 y 2005), de la deborderization (Beck, 1996) o del sans frontièrisme (Hassner, 2002) y reconocer también sus procesos de securitización y endurecimiento que limitan la cooperación económica, cultural y política. Estudiar las fronteras es reconocer estas divergencias para superarlas con base en la integración regional teniendo en cuenta que la prioridad teórica y política no reside en una escala geográfica particular sino en el proceso por el que escalas particulares se crean y subsiguientemente se transforman (Swyngedouw, 2004). La emergencia de una ¿nueva escala¿ se entiende como un proceso de movilización política que da oportunidad a una innovadora vertebración territorial al interior de los procesos de integración regional, como pueden ser las microrregiones de integración fronteriza como estructura de base.En la construcción de estas microrregiones, los gobiernos centrales se han visto relativamente obligados a limitar cierto grado de su participación, toda vez que ¿en la mayoría de los casos analizados- son los propios actores locales y subregionales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, en quienes recae la responsabilidad y mayor acción para conformar, por medio de la paradiplomacia, las microrregiones ¿entre las fronteras¿. Lo anterior ha llevado a que a algunos gobiernos centrales comiencen a visualizar las regiones de frontera como articulaciones translocales claves, nuevas vertebraciones que coadyuvan al éxito de los procesos de integración regional desde abajo y de reestructuración económica a partir del diseño de proyectos conjuntos y de la gestión de fondos que permitan reducir sus asimetrías.La tesis está organizada de la siguiente forma. Tras la introducción, se presenta el marco teórico y las consideraciones metodológicas en materia de integración regional, paradiplomacia y cooperación transfronteriza como una forma específica de paradiplomacia. Posteriormente, en la primera parte de la tesis, se analiza el MERCOSUR desde una perspectiva histórica junto a la estructura de gobierno comparada de los cuatro Estados Parte fundadores del proceso: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Asimismo, se detallan las principales características de sus procesos de descentralización y de sus políticas nacionales de frontera. Un elemento fundamental de esta sección es el estudio de los espacios institucionales mercosureños para estimular la cooperación tranasfronteriza. En la segunda parte de este trabajo se resetea la integración regional mercosureña a la luz de los aportes que puede realizar la paradiplomacia transfronteriza en cuanto a una nueva concepción socio-espacial con base en el tránsito de una cooperación territorial de hecho hacia una más formal entre unidades subnacional de frontera en el MERCOSUR con base en criterios autonómico-políticos que recrean una capacidad funcional para trabajar de manera articulada. En esta sección se propone un modelo institucional para las microrregiones de frontera. Por último, se extraen conclusiones