Sirvienta, empleada, trabajadora de hogar. Género, clase e identidad a través del servicio doméstico en el Gran Bilbao (1939-1985).
Abstract
Tras la Guerra Civil, las opciones laborales de las mujeres se redujeron casi prácticamente a los trabajos en y a domicilio. De esa manera, el servicio doméstico se convirtió en uno de los nichos laborales femeninos mayoritarios. Fue un trabajo lleno de simbolismo ya que en el imaginario de la época las mujeres que recurrieron a este sector eran pobres y, por tanto, se las relacionaba con la España republicana y como hijas de la "otra España". Por ello, el servicio doméstico, aparte de ser la opción más habitual entre las muchachas sin recursos, se convirtió en una manera de controlar a los/las hijos/as de los/as vencidos/as de la guerra civil española y en uno de los pilares del franquismo. Los señores que "contrataban" a una sirvienta no lo hacían bajo unas leyes laborales ya que el servicio doméstico no estuvo regulado hasta 1985, lo hacían bajo una especie de semiadopción. La muchacha trabajaba a cambio de su manutención y la familia contratante brindaba a la muchacha ciertos conocimientos. Para finales de los cincuenta, la situación del servicio doméstico había cambiado. Las muchachas que acudieron a él no lo hicieron como único recurso sino como una manera de emigrar al Gran Bilbao y así poder mejorar sus expectativas de juventud. Como muchas mujeres de su generación, querían ser "algo más" que amas de casa. Su trabajo se estaba profesionalizando y, al mismo tiempo, la relación con sus patrones, aunque seguía teniendo un tinte paternalista, cada vez se parecía más a la de empleado/empleador. De hecho, en esta época, gracias al empeño de la Juventud Obrera Católica (JOC), se fue extendiendo la expresión "empleada de hogar" y palabras como criada, sirvienta o chacha cayeron en desuso. Hasta entonces, las organizaciones que se habían ocupado del servicio doméstico, especialmente las religiosas, habían pretendido que este continuara siendo una institución familiar. Pero con la aparición de un nuevo agente histórico, la interina o empleada doméstica por horas, la evolución del servicio doméstico hacia el empleo se hizo aún más evidente. Incluso la Sección Femenina, que había mantenido una postura contraria a reconocer el servicio doméstico como un empleo, fue aproximándose a criterios de regulación y sindicación del sector. La identidad de empleada de hogar permitió a estas mujeres adaptarse mejor al nuevo modelo de mujer que se estaba desarrollando, el de la mujer trabajadora. Por tanto, de un oficio caricaturizado y denostado consiguieron forjar una identidad fuerte y positiva. En la transición, los sindicatos que poco a poco se fueron legalizando y algunos partidos políticos recogieron el testigo de la JOC en cuanto a la regulación y la mejora del servicio doméstico. Existió cierta empatía hacia las trabajadoras y la opinión pública fue favorable la reglamentación del sector. En 1985, con una demora de cinco años, fue aprobado el Real Decreto de Empleados de Hogar. Dicho decreto establecía un trato discriminatorio con el Estatuto de los Trabajadores ya que dejaba a estas trabajadoras sin derecho a prestación por desempleo, entre otras muchas carencias. Se podría decir que el decreto mostraba los límites de la transición y hasta qué punto estaba la sociedad dispuesta a cambiar. Ante la repulsa a esta normativa y tras la decepción ante los sindicatos de clase, las trabajadoras decidieron organizarse a través del feminismo y en organizaciones exclusivas para ellas como fueron las asociaciones de trabajadoras de hogar, nombre que elegirán para definirse.