Abstract
Los popularmente conocidos como «hate crimes» o «delitos de odio» suponen creencias prejuiciosas exteriorizadas que, siendo deshumanizantes, llevan consigo una visión estereotipada hacia una condición personal de la víctima que afecta a su núcleo identitario. Sea cual sea su manifestación externa, las claves para entender este tipo de violencia giran en torno a la dimensión colectiva, siendo preciso en todo caso, para corroborar su existencia, que el autor del delito haya sido consciente de que su mensaje iba a trascender a la víctima inmediata que hubiera sido escogida por su pertenencia —o presunta pertenencia— a un grupo de entre los que se encuentran legalmente protegidos. Este colectivo, a su vez, se convierte en el receptor último de la amenaza velada, que se proyecta contra todos y cada uno de sus miembros.