El caserío vasco en el país de las industrias
Laburpena
La oportunidad de abordar una vez más el análisis de caserío viene dada por dos de los retos que hoy se plantean en el seno de la sociedad vasca. De un lado, la consecución de unidades de producción agraria eficaces -sea por la vía de la modernización, sea por la pluriactividad-; de otro, la corrección de un modelo de ocupación del territorio tremendamente desequilibrado. Ambos objetivos, el de la política agraria y el de la territorial, parecen pasar por el caserío. Por el caserío como tipo de explotación dominante en el espacio rural vasco-atlántico y por el caserío como gestor fundamental de tal espacio.
El espacio de la unidad de decisión y acción que el caserío representa se aborda desde una perspectiva espacial, según conviene a un estudio que no quiere perder de vista su dimensión territorial. Pero además de la perspectiva espacial, se contempla la temporal; habida cuenta del carácter mítico y simbólico que el caserío ha ido adquiriendo, remontar el análisis en el tiempo no presenta únicamente la virtualidad de conocerlo en su genética.
Precisamente en ese último sentido, se constata el tránsito del caserío-medio de producción al caserío-bien patrimonial; la nueva lógica a la que el caserío se ve sometido conlleva, entre otros procesos, el de la amortización de la tierra. Amortización que limita no sólo la constitución de explotaciones viables de acuerdo con los requerimientos del actual sistema agroalimentario, sino también el proceso desurbanizador mediante el que se pretenden superar las disfuncionalidades del sistema de ocupación territorial vigente. Con todo, el caserío parece abocado a aportar el espacio y el modelo de la desurbanización. Y es que si bien cabe explorar la posibilidad de un caserío nuevo hijo del desarrollo local, la agroecología, la pluriactividad... no debe perderse de vista el contexto en el que habría de materializarse: el de una sociedad moderna que sólo puede construirse, como ya ha empezado a hacerse, sobre el caserío.