Identidad, género y lenguaje en la construcción poética de Alejandra Pizarnik
Laburpena
La poeta argentina Alejandra Pizarnik (Avellaneda, 1936 - Buenos Aires, 1972) refleja, a través de su obra, el proceso de construcción de una nueva identidad generada a partir de un inconformismo constante con ella misma, con la sociedad y con el propio lenguaje. Una identidad alterna, trasunto de algunas pulsiones existenciales como la melancolía, la soledad y la muerte. Su inconformismo vital en los campos mencionados aboca a Pizarnik en dos direcciones. Por una parte, hacia una muerte poética causada por la incapacidad de lograr lo que se propone a través del lenguaje y, por otra parte, hacia la subversión de toda convención de género. En cuanto a lo primero, la poeta, en su continua búsqueda, acaba desdoblándose en dos o más voces en busca de la verdadera Alejandra, y acaba perdiendo el control de su propia escritura, ya que no consigue encontrarse ni guarecerse en su lenguaje. Atendiendo al segundo aspecto, en su quehacer literario se aprecia cómo intenta deshacer su identidad ligada a lo familiar, a lo normativo y a lo que le impide realizarse como ella desea: quiere desprenderse de sus ataduras en Argentina, lugar que desprecia; no quiere encajar en ningún tipo de grupo social, ni tampoco en ningún canon ni de mujer, ni de poeta, ni siquiera en los grupos considerados transgresores, sino que permanece en un nivel superior. La autora, en su misma frustración, construye un camino de transgresión y de lucha. Alejandra Pizarnik consigue singularizarse a través de su escritura. La androginia, el hecho de no identificarse con ningún género y de plasmarlo en su obra, constituye una provocación al sistema heteropatriarcal. Su obra supone un grito de insumisión ante cualquier imposición social. Esto quiere decir que Pizarnik, además de sus preocupaciones por el lenguaje y el silencio, derriba todo convencionalismo, abriendo una puerta hacia nuevas perspectivas y poniendo en cuestión lo establecido y naturalizado por la sociedad.